Más de una vez os he
explicado que las mellizas han reaccionado de forma muy diferente a las clases
de natación. Hace poco os detallaba que se me había roto el corazón cuando vi
lo mal que lo pasaba Ona en el último día de clase (--> podéis
leer Con el corazón encogido).
Este verano hemos
seguido trabajando este aspecto. Obviamente hemos continuado felicitando a Estel
porque realmente ha avanzado mucho... pero también a Ona, por cada pequeño paso
que daba. Unos días en la playa le sirvieron para darse cuenta que los otros
niños (algo mayores o que ya nadaban), lo pasaban muy bien saltando las olas.
Esto la motivó. Pero el gran acierto - descubrimiento - sorpresa - suerte de la
temporada fueron unas gafas de natación. Estel hacía días que nos las pedía, porque
le gusta ir por debajo del agua y los ojos se le enrojecen mucho. Así que las
fuimos a comprar. Y cuál fue nuestra sorpresa al ver que, con las gafas, Ona
perdía todo el miedo a bucear, nadar y lanzarse al agua sin ningún tipo de
problema, y disfrutando de la sensación.
La hemos aplaudido y
felicitado muchísimo. Su hermana le dijo muy contenta que ahora se podrán decir
"hola" debajo el agua. Le hemos dicho que su monitor estará muy
contento cuando la vea el año que viene. Y ella se ha convertido en un pequeño
delfín, dice.
Creo que ha sido una
extraña combinación del resultado de todo un año de extraescolar, de una
pequeña dosis de competitividad y orgullo con su hermana... y sobre todo, de
unas gafas de natación mágicas y rosas que han vencido todos los miedos. Ya os
contaré si los poderes mágicos continúan...
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